jueves, mayo 17

CONCEPTOS III

Aquí van dos textos del escritor italiano Ferdinando Camon; Por qué escribir y Por qué leer. Este último fue publicado en el 2003 y completa al texto Por qué escribir, de 1985.

Por qué leer (*)
de Ferdinando Camon

Quien vive, vive la propia vida. Quien lee, vive además la vida de otro. Dado que una vida existe en relación con otra vida, quien no lee no entra en esta relación, y entonces no vive ni siquiera la propia vida, la pierde. La escritura registra el trabajo del mundo. Quien lee libros y artículos hereda ese trabajo, se transforma, al finalizar todo libro o todo diario es distinto de cómo era al principio. Si alguien no lee libros ni diarios, ignora aquel trabajo, es como si el mundo trabajase para todos menos para él, la humanidad corre pero él está parado. La lectura permite conocer la civilidad de los otros. Dado que la propia civilización se conoce sólo en relación con otras civilizaciones, quien no lee no conoce ni siquiera la civilización en la que nació: son extraños a su tiempo y a su gente.
Un pueblo no puede permitirse que existan personas que no lean. Es como si hubiera un elemento a-social, que frena la historia. Una persona no vacunada, portadora de la enfermedad. Necesita estar vacunado para sí y para los otros. Por eso leer no es sólo un derecho, también es una obligación. Entre el pueblo, la primera y más importante forma de solidaridad es brindar información: nunca los otros deben estar convertidos a nuestra supuesta superioridad, aunque siempre puestos a elegir entre su información y la nuestra. Cuando una cultura se ubica en una fase de superioridad tal que todas las otras culturas deben aprender de ella, por el bien de ellas, y ella no pudo aprender de ninguna, comienza su decadencia.


Ética de escribir
Hay muchos trabajos por el cual una ética es impuesta o conquistada: una vinculación moral con aquello que se hace, por hacerlo con sinceridad, con adhesión, con verdad. Pero es un trabajo que hace a la ética en sí y si no se le ha fallado, ni siquiera comienza, cae en cada paso.
Este trabajo es aquel de escribir. Escribir no es hablar. Hablar es reaccionar con la palabra ante un hecho que ocurre, mientras ocurre. La escritura requiere tiempo. Hablar es un efecto rápido, para provocar en el que escucha una reacción inmediata, y de breve vitalidad. La escritura reacciona después, la pasión fría, porque quiere durar más, posiblemente (es el secreto deseo de todo escritor) “para siempre”. Por eso quien habla bien no escribe bien, y viceversa. Son dos cualidades distintas, una niega a la otra. Conozco un escritor que dice “Sé por qué escribo: porque no soy el primer hijo”. Sea verdadera o falsa esta autointerpretación, él quiere decir que en la casa la primera respuesta estaba reservada al primer hijo, y él venía después, y en aquel después maduraba una respuesta distinta, más calma, una respuesta que tenía la estabilidad de la forma escrita. No todas las formas escritas han durado lo mismo. Por ejemplo (de esto estoy convencido), la historia dura menos que la literatura. Y es porque la literatura (pongamos, la novela) perdura porque prescinde de la verdad que cuenta, mientras la historia, apenas se demuestra que no es verdad, cae. Por eso es una gran responsabilidad escribir una página que perdure más.. La responsabilidad puede ser tan alta, y el esfuerzo ético de sostener el empeño tan agotador, que la escritura genera la neurosis, escritura y neurosis se convierten en la misma cosa. Casi nunca el escritor escribe en público, usualmente se esconde. O esconde lo que escribe. Tolstoi escondía los escritos en las botas, lugar, en el que quien lo espiaba, iba a revolver apenas él salía. Leonardo lo escondía escribiendo de derecha a izquierda. Como uno que, en la actualidad, usando la computadora, pone una clave de acceso conocida por el solo. Aquí el concepto de la ética de escribir no es más el de la ética de vivir, del vivir en el momento, sino la rotura de la ética imperante, y la instauración de una ética nueva. Por tal razón, los escritores de denuncia son inaceptables en la ética corriente, serán aceptados más tarde, cuando se instaure la ética que ellos colaboraron en introducir. Bassani debió abandonar Ferrara, a Moravia no lo podían ver más en Ciociaria, Pasolini es llevado en seguida a la cárcel, Volponi fue echado de su puesto de trabajo. Vivimos dentro de un sistema donde todas las fuerzas se encuentran en equilibrio, moral-política-religión-educación-arte literatura-información, la luz que ilumina el paso de nuestra vida viene de todo lo que ya ha sido expresado y que cree ser todo lo expresable: los que se ponen a escribir esgrime algo nuevo, inesperado, y temible porque rompe el equilibrio preexistente, el cual trabaja para que todo aquello que es nuevo no se diga. Esa no es la necesidad de un nuevo escritor. Es el escritor que, escribiendo, debe crear la necesidad de sí mismo. El escritor arriesga en la medida en la cual crea esta necesidad. Desde ese momento es un “clásico”[1]. Escribiendo comunica una ética, una idea de bien, “su” idea de bien, que es estética y moral, que durará más en cuanto estética que en cuanto moral. Esto explica por qué raramente los grandes escritores, cuando comienzan, han sido exitosos. Porque no están en sintonía con el gusto corriente, el gusto de la masa. Una vez Majakovskij se presentó en una conferencia, subió al escenario, empezó a hablar y fue rápidamente aplaudido. “Me aplauden –pensó con disgusto- entonces no digo nada nuevo”, y se fue. El cruce de una obra con el gusto de la masa crea el fenómeno conocido como best seller: el Best-seller es ”siempre” un libro muerto, porque es el resultado del gusto en el apogeo de la difusión, después cae en la fase moribunda. “Best-seller” y “libro reaccionario” es la misma cosa. Por eso pueden existir los manuales sobre cómo escribir un best seller, con la indicación de todo los ingredientes, y el porcentaje relativo: el best seller debe corresponder, no inventar, no desgarrar. Y si un libro es reaccionario, el autor es reaccionario. Y si ese autor, además de libros escribe artículos, serán artículos reaccionarios. Un libro en sintonía con el gusto presente es ya un libro del pasado. Por esa razón, cuando se eligen los libros para imprimir, en una casa editorial, deben elegir no los libros que los confirman, sino los libros que los desmienten y los sepultan.. De todos los lectores de manuscritos, aquel que se convierte en más interesante no es el mítico Bobi Bazlen, personaje del “Stadio di Wimbledon” de Del Giudice, que enfrentaba todo nuevo texto desconocido haciéndose la pregunta “¿responde este libro a mi idea de libro? Porque voy a vivir en el libro de los otros, que entonces debemos escribir para que él viva. Preguntarse si es o no un libro, significa constreñir al libro en libro confirmado; no, prefiero la estética aplicada por el humilde cristiano comunista Franco Fortini, que de frente a un manuscrito poético de Andrea Zanzotto tiene la honestidad de escribir más o menos así: “Nada de este libro poético se corresponde con nuestra idea de libro y de poesía; pero es un libro poético y entonces a la pregunta: editarlo, si o no?, respondo: editarlo rápido, lamentablemente”. En un cierto sentido, aquella parte del cristianismo y comunismo de Fortini que Fortini no rehuía a decir, era dicha, en forma no fortinana, en los versos de Zanzotto. Además esto es un modo de vivir otro sí mismo. Para escribir, al fin. Esta unidad entre vivir y escribir hace que se escriba como se vive. La mentira, la insinceridad en la escritura es imposible: El libro falso es aquel que se llama “un libro no escrito”. Lo percibimos rápido, al terminar el primer renglón. La ética en la escritura no puede ser impuesta, o es natural o no es. Un estudioso francés ha escrito un libro acerca de la relación entre escribir y respirar (Francois, Bernard-Michel “Le Soufflé coupé, respirer et écrire), para vincular el asma de Quenau a su problema existencial, la tos de Paul Valéry a sus gritos, El asma de Marcel Proust a su búsqueda mortal del sentido, el espasmo en la laringe de Mallarmé a sus páginas en blanco.... La conclusión de Michel es: se escribe como se respira. Del mismo modo podemos establecer una correspondencia entre la escritura y la neurosis de Dante, Petrarca, Tasso, Manzoni, y así, y así, hasta Pasolini. Son éticos porque son auténticos, y viceversa. La enfermedad es el precio de la ética[2], el costo de la escritura. Del mismo modo yo creo que un crítico provisto de buenos instrumentos podría decir, leyendo una página de Parise, si la ha escrito antes o después de la entrada en diálisis. La entrada en diálisis significa un distinto correr de la sangre en la venas, y el distinto correr de la sangre en la venas le dictaba un distinto fluir de la palabra en la frase, y una cadencia distinta de la puntuación. El sentido es: escribes como te corre la sangre. ¿Podría Parise escribir distinto? Es como pedir estar en diálisis sin estar en diálisis. La responsabilidad está en escribir por como se es. Responder desde la propia escritura es responder como se es; en el mostrar como se es. Entregar aquello que sé, aquello que soy. Esto es ético, porque si quiero escribir “para siempre” se responde “para siempre” de los efectos de la propia escritura. Homero nos responde todavía hoy. Entregar aquello que soy no significa entregarse a los contemporáneos, que pueden no aprobarte, sino a aquellos que vendrán. Aún sin saber que recepción te harán. El escritor que hace esto es ético. El escritor que no lo hace, no es que no sea ético, es que no es un escritor.

De “La saggezza del vivere, tracce di etica”, de 28 autores, a cargo de Alberto Sinigaglia, Editorial Diabasis, Marzo 2003.


Consejos a un debutante
Decir: “Voy a hacer al escritor, y publicar un libro que he terminado, pero no conozco editores y no sé a quien mandarlo”, es una contradicción. Porque significa que aquel que escribe no quiere para nada convertirse en escritor, no frecuenta la librerías, no compra las revistas literarias, no sabe distinguir un catálogo editorial de otro, no sabe a qué escritor se asemeja, quienes son sus posibles hermanos. Esta ignorancia es culpa suya. No debe enviar el manuscrito a un escritor elegido por casualidad, tal vez porque haya descubierto su dirección o leído algún artículo suyo. Hacer literatura es como dar misa: no podés dar misa en cualquier iglesia, la primera que encuentres, tenés que acercarte a una de tu religión. Si un debutante envía un manuscrito a un autor, elegido como padre, y no lo pudo elegir por casualidad: debe primero haber leído el libro y haberlo sentido como paterno. Quien quiere debutar, y tiene alguna poesía o algún cuento corto, debe visitar la sección revista de una buena librería (la Feltrinelli tiene todas las revistas juntas, en un único rincón; pero además tantas otras librerías lo hacen), comprar aquella que le interesa más, suscribirse a aquellas que albergan una literatura que siente como fraterna, y enviar a la redacción algún fragmento de eso que ha escrito. Las revistas son de apoyo a los debutantes. No está bien presentarse a un editor con una obra totalmente inédita. Da una mejor impresión colocar en la parte de adelante del libro una gacetilla que diga “alguno de estos cuentos (o de estas poesías) son extraídos de... e indicar tres o cuatro revistas serias. No necesita más creer que la revista y los editores rechazan a un debutante porque es un debutante. En realidad los editores van en busca de un buen debutante : descubrir a un autor nuevo, que valga y que dure, es su máxima ambición. Si rechazan quiere decir que la obra que le ha sido presentada no les convence. El autor debe preguntarse por qué. Debe también preguntarse por qué su obra debería ser publicada y leída, de qué sirve, por qué uno debería gastarse 12 euros para comprarla. Más sincera es la respuesta que se da, más rápido se sabrá si la escritura es su camino o no.

(*) Traducido por Marcelo Monzón


[1] Se respetaron todos las comillas del original (N. de T.)

[2] El autor utiliza el término “eticità”, en el original
CONCEPTOS II
Aquí van dos textos del escritor italiano Ferdinando Camon; Por qué escribir y Por qué leer. Por qué escribir fue escrito a instancias de un llamado de la revista Francesa "Libération" a 400 escritores para responder a la pregunta ¿Por qué escribe?, en el año 1985.

Por qué escribir (*)
De “Libération”, número especial: ¿Por qué escribe?, 400 escritores responden, número especial 15 de marzo de 1985; in el volumen: edición de “Libération”, Paris 1988, pp. 247-248.

Ferdinando Camon: Hijo de campesinos, nacido en 1935 en la región de Padua. Nutrido por el imaginario religioso, la épica y la fábula de los campesinos. Perseguido por el sentimiento de tener que traicionar su condición y la necesidad de expiar.

Escribo por venganza. No por justicia, no por santidad, no por gloria: sino por venganza. Todavía dentro mío siento esta venganza como justa, santa y gloriosa. Mi madre sabía escribir sólo su nombre y apellido. Mi padre un poco más. En el país donde nací, los campesinos analfabetos firmaban con una cruz. Cuando recibían una carta del Municipio, del ejército, de la guardia civil (ningún otro escribía a los campesinos) se asustaban e iban al cura para que se las leyera. Los he visto pasar muchas veces, era un niño. Desde entonces he sentido la escritura como un “instrumento de poder”, y siempre he soñado pasar al otro lado, apoderarme de la escritura, pero para usarla a favor de aquellos que no la conocen: para realizar su venganza.

Pero esos no quieren vengarse y por eso no se sienten representados por mí. Y a los que yo busco vengar, me consideran –justamente- como un enemigo. Por consecuencia, estoy aislado, y no hago alianza con nadie. En todos los lugares por donde pasé soy un no-reconocido, un expulsado, un no-aceptado: familia, país, mundo literario, mundo católico, partido comunista, psicoanálisis.....Soy uno al que no se le puede tener confianza, uno que puede traicionar. Todas mis traiciones consisten en la repetición de la primera traición: mi apoderamiento de la escritura para vengar a los analfabetos, atravesé el catolicismo para enseñarles qué cosa es la santidad, describí a los grupos terroristas para juzgarlos desde adentro, y entré en el psicoanálisis para “dominar” al analista..... Conclusión: al principio, cuando publiqué el primer libro, Il quinto stato[1], el alcalde del pueblo que describo quería citarme a juicio......Siempre, desde el inicio hasta hoy, la primer reacción que encuentro es el rechazo, la condena, la censura. Escribí en muchos diarios italianos, y en todos estoy censurado: desde la “Unitá” al “Observatore romano”, del “Corriere della Sera” a “Paese-Sera”, al “Giorno”.

Si tuviera que definir la venganza diría que es una justicia neurótica[2]. Cuando digo que escribo por venganza, quiero decir que escribo para cumplir una justicia desmesurada, eterna y entonces injusta: la escritura debe ser una exaltación o un castigo destinado a durar sin fin. Tengo necesidad de cultivar la ilusión de que esto sea posible. No importa que se trate de una ilusión: si tomo conciencia de que mi obra no durará mucho tiempo, mi vida no tiene más justificación. De aquí el deseo de escribir poesía o novelas, no política; la política produce una venganza muy provisoria. Cuando escribí Il quinto stato quise exaltar a los relegados, vengar su condición de reprimidos. No hay diferencia entre la represión política, militar, económica, sexual, etc.: están todas relacionadas. Y en consecuencia, la expresión –que es el opuesto exacto de la represión- venga a todas.
Escribiendo La vita eterna[3] quise vengar a los campesinos guerrilleros, su destino oscuro, sin gloria. Dado que el jefe de la SS de la zona de Italia de la que hablo en el libro fue descubierto cuando La vita eterna fue traducida al alemán, y fue citado a juicio, y murió durante la noche de la primera audiencia, me agrada pensar a La vita eterna como un tiro de fusil disparado desde Italia a Alemania para pegarle en el corazón a un enemigo de mi gente. La Procuración de Verona tenía incluso La vita eterna, edición italiana y edición alemana, entre los documentos de cargo.

Con Un altare per la madre[4] he querido realizar un proceso personal de santificación, sustituyendo aquel de la iglesia. He querido lograr la más grande exaltación posible del más miserable de los personajes, utilizar la santificación como venganza social. Y con La malattia chiamata uomo[5] he intentado invertir el rol del psicoanálisis, concibiendo la transferencia como un instrumento por medio del cual el paciente se conoce a sí mismo y al analista. El análisis es algo que no se puede, no se debe contar: es pleno de tabú. El que lo cuenta no rompe un tabú, sino un contenedor de tabú. Cargada con esta tarea, que tal vez no puede soportar, la escritura me consume. Aceptando consumirme me castigo a mí mismo: me castigo de la injusta justicia que cumplo cada día con cada línea de mi escritura. Y así el círculo se cierra: la escritura es culpa y expiación, pecado y absolución, venganza de una culpa, culpa por esta venganza, expiación de esta culpa.

(*)Traducido por Marcelo Monzón

[1] “El quinto estado” (N. de T.)

[2] Venganza y justicia neurótica están en cursiva en el original (N. de T.)
[3] En la Argentina se publicó como “Novelas de la llanura”, según entrevista de Gisela Antonuccio con el autor. Diario Perfil, sección cultura, del 7/04/07. (N. de T.)

[4] “Un altar para la madre” (N. de T.)

[5] “La enfermedad llamada hombre” (N. de T.)

sábado, abril 7

Conceptos I

Desde hoy se inaugura otro espacio en el blog. Se llama "Conceptos" y estará dedicado a brindar o difundir sugerencias, ideas y recomendaciones sobre nuestro oficio de escribir. Empezamos con Hemingway. Acá va.

Conceptos
Ernest Hemingway
  • Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés vigoroso. Sé positivo, no negativo.
  • La jerga que adoptes debe ser reciente, de lo contrario no sirve.
  • Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como "espléndido, grande, magnífico, suntuoso".
  • Nadie que tenga un cierto ingenio, que sienta y escriba con sinceridad acerca de las cosas que desea decir, puede escribir mal si se atiene a estas reglas.
  • Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis, nada, o realiza alguna labor que te atonte sólo para mantener tu intestino en movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir.
  • Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse sólo una vez terminadas sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económico-religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus creencias...
  • A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos.
  • Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal.

Carver

Aquí va un muy buen cuento de Carver. Pertenece a su libro de cuentos "De qué hablamos cuando hablamos de amor"

Mecánica Popular
Raymond Carver
Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana -una ventana abierta a la altura del hombro- que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa. Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.
—¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas! —gritó—. ¿Me oyes?
Él siguió metiendo sus cosas en la maleta.
—¡Hijo de perra! ¡Estoy contentísima de que te vayas!—.Empezó a llorar—. Ni siquiera te atreves a mirarme a la cara, ¿no es cierto?
Entonces ella vio la fotografía del niño encima de la cama, y la cogió. Él la miró; ella se secó los ojos y se quedó mirándole fijamente, y después dio la vuelta y volvió a la sala.
—Trae eso aquí —le ordenó él.
—Coge tus cosas y lárgate—contestó ella.
Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, miró a su alrededor antes de apagar la luz. Luego pasó a la sala. Ella estaba en el umbral de la cocina con el niño en los brazos.
—Quiero al niño —dijo él.
—¿Estás loco?
—No, pero quiero al niño. Mandaré a alguien a recoger sus cosas.
—A este niño no lo tocas —le advirtió ella.
El niño se había puesto a llorar, y ella le retiró la manta que le abrigaba la cabeza.
—Oh! Oh! —exclamó ella mirando al niño.
Él avanzó hacia ella.
—¡Por el amor de Dios! —se lamentó ella.
Retrocedió unos pasos hacia el interior de la cocina.
—Quiero el niño.
—¡Fuera de aquí!
Ella se volvió y trató de refugiarse con el niño en un rincón, detrás de la cocina. Pero él les alcanzó. Alargó las manos por encima de la cocina y agarró al niño con fuerza.
—Suéltalo —dijo.
—¡Apártate! ¡Apártate! —gritó ella.
El bebé, congestionado, gritaba. En la pelea tiraron una maceta que colgaba detrás de la cocina. Él la aprisionó contra la pared, tratando de que soltara al niño. Siguió agarrando con fuerza al niño y empujó con todo su peso.
—Suéltalo —repitió.
—No —dijo ella—. Le estás haciendo daño al niño.
—No le estoy haciendo daño.
Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En la casi oscuridad él trató de abrir los aferrados dedos de ella con una mano, mientras con la otra agarraba al niño, que no paraba de chillar, por un brazo, cerca del hombro. Ella sintió que sus dedos iban a abrirse. Sintió que el bebé se le iba de las manos.
—¡No! —gritó al darse cuenta que sus manos cedían.
Tenía que retener a su bebé. Trató de agarrarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y se echó atrás. Pero él no lo soltaba. Él vio que el bebé se le escurría de las manos, y estiró con todas sus fuerzas. Así, la cuestión quedó zanjada.

miércoles, febrero 28

Los colores del campión

El cuarenta por ciento del pase es del club para el que juega; un veinte pertenece al club del cual había surgido; un quince lo tiene su representante. El resto es de un grupo inversor en el que participan empresarios, políticos y, también, un directivo de la Asociación del Fútbol. Los domingos a la tarde, cuando sale a la cancha y pisa el pasto, el pibe ríe. Sueña con gambetearse al arquero y hacer el gol.

mam 2006
14:45

Te acercas en el pulso lábil de tus horas
logrando de esta sombra la prueba de mi existencia,
enredada aún en la agónica luz del mediodía.

Oigo la clara gramática de tacos y suelas
que cifran los versos de tu caminar;
me habla de tus puertos y de sus dóciles mares,
me dice si son de arena o asfalto;
si son de roca, tierra o cielo, tal vez.

Fluyes suave, como tramada en hilos de seda
que fecundan a ruiseñores, cerezos y linternas;
a veces etérea en el tímido aroma de la canela,
y otras, imaginada en los vientos de oriente
por las voces de un relato perenne y nostálgico.

Y, muy cerca ya de mí, dejo que creas que no adivino
tu juego oportuno: tus manos cegándome por un instante,
un quién soy, y el melodioso violín de tu risa.
mam

martes, febrero 20

Agua(1)

A la deriva
una voz caligráfica
desafía al mar.

Marcelo Monzón

[1] Para el ángel Guadalupe Moreno(1790-1854). Nació en Chuquisaca. Esposa de Mariano Moreno, a quien le escribió –luego de su partida en enero de 1811- durante cinco meses varias hermosas cartas, sin saber que éste había fallecido en alta mar.
Haiku extraido del libro "Ángeles en diecisiete",
Los seis minutos más bellos de la historia del cine
- Giorgio Agamben-

Sancho Panza entra en un cine de una ciudad de provincia. Viene buscando a Don Quijote y lo encuentra: está sentado aparte y mira fijamente la pantalla. La sala está casi llena, la galería -que es una especie de gallinero- está completamente ocupada por niños ruidosos. Después de algunos intentos inútiles de alcanzar a Don Quijote, Sancho se sienta de mala gana en la platea, junto a una niña (¿Dulcinea?) que le ofrece un chupetín. La proyección esta empezada, es una película de época, sobre la pantalla corren caballeros armados, de pronto aparece una mujer en peligro. Inmediatamente Don Quijote se pone de pie, desenvaina su espada, se precipita contra la pantalla y sus sablazos empiezan a lacerar la tela. Sobe la pantalla todavía aparecen la mujer y los caballeros, pero el rasgón negro abierto por la espada de Don Quijote se extiende cada vez más, devora implacablemente las imágenes. Al final, de la pantalla ya no queda casi nada, se ve sólo la estructura de madera que la sostenía. El público indignado abandona la sala, pero en el gallinero los niños no paran de animar fanáticamente a Don Quijote. Sólo la niña en la platea lo mira con desaprobación.

¿Qué debemos hacer con nuestras imaginaciones? Amarlas, creerlas a tal punto de tener que destruir, falsificar (este es, quizás el sentido del cine de Orson Welles). Pero cuando, al final, ellas se revelan vacías, incumplidas, cuando muestran la nada de la que están hechas, solamente entonces pagar el precio de su verdad, entender que Dulcinea –a quien hemos salvado- no puede amarnos.

(Tomado del libro “Profanaciones”, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires 2005. Publicado en el blog por cortesía de la editorial)

lunes, enero 29

Preguntas

No comprendo cómo no te duele
el horizonte, casi recto, que te atraviesa,
te suspende entre celestiales y marinos azules.


Insolente me muestras tu risa que
despierta mañanas de vientos salinos
y agita el terciopelo de las noches.

Me pregunto cómo este sol, testigo de
mi elegía, no lastima tu alma alada.
No sé de tiempos, lo juro, por eso me lo pregunto.

Será que al hundirte en el océano de mundos,
ebria de banderas, te aprestas a huir, cobra coral.
Será que no quiero verte querida por la muerte

Y, tal vez, al final de tu viaje, savia cabal,
yacida como un poema escrito en la arena,
preguntes por qué no me duele el horizonte.

mam
2005