Aquí van dos textos del escritor italiano Ferdinando Camon; Por qué escribir y Por qué leer. Por qué escribir fue escrito a instancias de un llamado de la revista Francesa "Libération" a 400 escritores para responder a la pregunta ¿Por qué escribe?, en el año 1985.
Por qué escribir (*)
De “Libération”, número especial: ¿Por qué escribe?, 400 escritores responden, número especial 15 de marzo de 1985; in el volumen: edición de “Libération”, Paris 1988, pp. 247-248.
Ferdinando Camon: Hijo de campesinos, nacido en 1935 en la región de Padua. Nutrido por el imaginario religioso, la épica y la fábula de los campesinos. Perseguido por el sentimiento de tener que traicionar su condición y la necesidad de expiar.
Escribo por venganza. No por justicia, no por santidad, no por gloria: sino por venganza. Todavía dentro mío siento esta venganza como justa, santa y gloriosa. Mi madre sabía escribir sólo su nombre y apellido. Mi padre un poco más. En el país donde nací, los campesinos analfabetos firmaban con una cruz. Cuando recibían una carta del Municipio, del ejército, de la guardia civil (ningún otro escribía a los campesinos) se asustaban e iban al cura para que se las leyera. Los he visto pasar muchas veces, era un niño. Desde entonces he sentido la escritura como un “instrumento de poder”, y siempre he soñado pasar al otro lado, apoderarme de la escritura, pero para usarla a favor de aquellos que no la conocen: para realizar su venganza.
Pero esos no quieren vengarse y por eso no se sienten representados por mí. Y a los que yo busco vengar, me consideran –justamente- como un enemigo. Por consecuencia, estoy aislado, y no hago alianza con nadie. En todos los lugares por donde pasé soy un no-reconocido, un expulsado, un no-aceptado: familia, país, mundo literario, mundo católico, partido comunista, psicoanálisis.....Soy uno al que no se le puede tener confianza, uno que puede traicionar. Todas mis traiciones consisten en la repetición de la primera traición: mi apoderamiento de la escritura para vengar a los analfabetos, atravesé el catolicismo para enseñarles qué cosa es la santidad, describí a los grupos terroristas para juzgarlos desde adentro, y entré en el psicoanálisis para “dominar” al analista..... Conclusión: al principio, cuando publiqué el primer libro, Il quinto stato[1], el alcalde del pueblo que describo quería citarme a juicio......Siempre, desde el inicio hasta hoy, la primer reacción que encuentro es el rechazo, la condena, la censura. Escribí en muchos diarios italianos, y en todos estoy censurado: desde la “Unitá” al “Observatore romano”, del “Corriere della Sera” a “Paese-Sera”, al “Giorno”.
Si tuviera que definir la venganza diría que es una justicia neurótica[2]. Cuando digo que escribo por venganza, quiero decir que escribo para cumplir una justicia desmesurada, eterna y entonces injusta: la escritura debe ser una exaltación o un castigo destinado a durar sin fin. Tengo necesidad de cultivar la ilusión de que esto sea posible. No importa que se trate de una ilusión: si tomo conciencia de que mi obra no durará mucho tiempo, mi vida no tiene más justificación. De aquí el deseo de escribir poesía o novelas, no política; la política produce una venganza muy provisoria. Cuando escribí Il quinto stato quise exaltar a los relegados, vengar su condición de reprimidos. No hay diferencia entre la represión política, militar, económica, sexual, etc.: están todas relacionadas. Y en consecuencia, la expresión –que es el opuesto exacto de la represión- venga a todas.
Escribiendo La vita eterna[3] quise vengar a los campesinos guerrilleros, su destino oscuro, sin gloria. Dado que el jefe de la SS de la zona de Italia de la que hablo en el libro fue descubierto cuando La vita eterna fue traducida al alemán, y fue citado a juicio, y murió durante la noche de la primera audiencia, me agrada pensar a La vita eterna como un tiro de fusil disparado desde Italia a Alemania para pegarle en el corazón a un enemigo de mi gente. La Procuración de Verona tenía incluso La vita eterna, edición italiana y edición alemana, entre los documentos de cargo.
Con Un altare per la madre[4] he querido realizar un proceso personal de santificación, sustituyendo aquel de la iglesia. He querido lograr la más grande exaltación posible del más miserable de los personajes, utilizar la santificación como venganza social. Y con La malattia chiamata uomo[5] he intentado invertir el rol del psicoanálisis, concibiendo la transferencia como un instrumento por medio del cual el paciente se conoce a sí mismo y al analista. El análisis es algo que no se puede, no se debe contar: es pleno de tabú. El que lo cuenta no rompe un tabú, sino un contenedor de tabú. Cargada con esta tarea, que tal vez no puede soportar, la escritura me consume. Aceptando consumirme me castigo a mí mismo: me castigo de la injusta justicia que cumplo cada día con cada línea de mi escritura. Y así el círculo se cierra: la escritura es culpa y expiación, pecado y absolución, venganza de una culpa, culpa por esta venganza, expiación de esta culpa.
(*)Traducido por Marcelo Monzón
De “Libération”, número especial: ¿Por qué escribe?, 400 escritores responden, número especial 15 de marzo de 1985; in el volumen: edición de “Libération”, Paris 1988, pp. 247-248.
Ferdinando Camon: Hijo de campesinos, nacido en 1935 en la región de Padua. Nutrido por el imaginario religioso, la épica y la fábula de los campesinos. Perseguido por el sentimiento de tener que traicionar su condición y la necesidad de expiar.
Escribo por venganza. No por justicia, no por santidad, no por gloria: sino por venganza. Todavía dentro mío siento esta venganza como justa, santa y gloriosa. Mi madre sabía escribir sólo su nombre y apellido. Mi padre un poco más. En el país donde nací, los campesinos analfabetos firmaban con una cruz. Cuando recibían una carta del Municipio, del ejército, de la guardia civil (ningún otro escribía a los campesinos) se asustaban e iban al cura para que se las leyera. Los he visto pasar muchas veces, era un niño. Desde entonces he sentido la escritura como un “instrumento de poder”, y siempre he soñado pasar al otro lado, apoderarme de la escritura, pero para usarla a favor de aquellos que no la conocen: para realizar su venganza.
Pero esos no quieren vengarse y por eso no se sienten representados por mí. Y a los que yo busco vengar, me consideran –justamente- como un enemigo. Por consecuencia, estoy aislado, y no hago alianza con nadie. En todos los lugares por donde pasé soy un no-reconocido, un expulsado, un no-aceptado: familia, país, mundo literario, mundo católico, partido comunista, psicoanálisis.....Soy uno al que no se le puede tener confianza, uno que puede traicionar. Todas mis traiciones consisten en la repetición de la primera traición: mi apoderamiento de la escritura para vengar a los analfabetos, atravesé el catolicismo para enseñarles qué cosa es la santidad, describí a los grupos terroristas para juzgarlos desde adentro, y entré en el psicoanálisis para “dominar” al analista..... Conclusión: al principio, cuando publiqué el primer libro, Il quinto stato[1], el alcalde del pueblo que describo quería citarme a juicio......Siempre, desde el inicio hasta hoy, la primer reacción que encuentro es el rechazo, la condena, la censura. Escribí en muchos diarios italianos, y en todos estoy censurado: desde la “Unitá” al “Observatore romano”, del “Corriere della Sera” a “Paese-Sera”, al “Giorno”.
Si tuviera que definir la venganza diría que es una justicia neurótica[2]. Cuando digo que escribo por venganza, quiero decir que escribo para cumplir una justicia desmesurada, eterna y entonces injusta: la escritura debe ser una exaltación o un castigo destinado a durar sin fin. Tengo necesidad de cultivar la ilusión de que esto sea posible. No importa que se trate de una ilusión: si tomo conciencia de que mi obra no durará mucho tiempo, mi vida no tiene más justificación. De aquí el deseo de escribir poesía o novelas, no política; la política produce una venganza muy provisoria. Cuando escribí Il quinto stato quise exaltar a los relegados, vengar su condición de reprimidos. No hay diferencia entre la represión política, militar, económica, sexual, etc.: están todas relacionadas. Y en consecuencia, la expresión –que es el opuesto exacto de la represión- venga a todas.
Escribiendo La vita eterna[3] quise vengar a los campesinos guerrilleros, su destino oscuro, sin gloria. Dado que el jefe de la SS de la zona de Italia de la que hablo en el libro fue descubierto cuando La vita eterna fue traducida al alemán, y fue citado a juicio, y murió durante la noche de la primera audiencia, me agrada pensar a La vita eterna como un tiro de fusil disparado desde Italia a Alemania para pegarle en el corazón a un enemigo de mi gente. La Procuración de Verona tenía incluso La vita eterna, edición italiana y edición alemana, entre los documentos de cargo.
Con Un altare per la madre[4] he querido realizar un proceso personal de santificación, sustituyendo aquel de la iglesia. He querido lograr la más grande exaltación posible del más miserable de los personajes, utilizar la santificación como venganza social. Y con La malattia chiamata uomo[5] he intentado invertir el rol del psicoanálisis, concibiendo la transferencia como un instrumento por medio del cual el paciente se conoce a sí mismo y al analista. El análisis es algo que no se puede, no se debe contar: es pleno de tabú. El que lo cuenta no rompe un tabú, sino un contenedor de tabú. Cargada con esta tarea, que tal vez no puede soportar, la escritura me consume. Aceptando consumirme me castigo a mí mismo: me castigo de la injusta justicia que cumplo cada día con cada línea de mi escritura. Y así el círculo se cierra: la escritura es culpa y expiación, pecado y absolución, venganza de una culpa, culpa por esta venganza, expiación de esta culpa.
(*)Traducido por Marcelo Monzón
[1] “El quinto estado” (N. de T.)
[2] Venganza y justicia neurótica están en cursiva en el original (N. de T.)
[3] En la Argentina se publicó como “Novelas de la llanura”, según entrevista de Gisela Antonuccio con el autor. Diario Perfil, sección cultura, del 7/04/07. (N. de T.)
[4] “Un altar para la madre” (N. de T.)
[5] “La enfermedad llamada hombre” (N. de T.)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario