jueves, mayo 17

CONCEPTOS III

Aquí van dos textos del escritor italiano Ferdinando Camon; Por qué escribir y Por qué leer. Este último fue publicado en el 2003 y completa al texto Por qué escribir, de 1985.

Por qué leer (*)
de Ferdinando Camon

Quien vive, vive la propia vida. Quien lee, vive además la vida de otro. Dado que una vida existe en relación con otra vida, quien no lee no entra en esta relación, y entonces no vive ni siquiera la propia vida, la pierde. La escritura registra el trabajo del mundo. Quien lee libros y artículos hereda ese trabajo, se transforma, al finalizar todo libro o todo diario es distinto de cómo era al principio. Si alguien no lee libros ni diarios, ignora aquel trabajo, es como si el mundo trabajase para todos menos para él, la humanidad corre pero él está parado. La lectura permite conocer la civilidad de los otros. Dado que la propia civilización se conoce sólo en relación con otras civilizaciones, quien no lee no conoce ni siquiera la civilización en la que nació: son extraños a su tiempo y a su gente.
Un pueblo no puede permitirse que existan personas que no lean. Es como si hubiera un elemento a-social, que frena la historia. Una persona no vacunada, portadora de la enfermedad. Necesita estar vacunado para sí y para los otros. Por eso leer no es sólo un derecho, también es una obligación. Entre el pueblo, la primera y más importante forma de solidaridad es brindar información: nunca los otros deben estar convertidos a nuestra supuesta superioridad, aunque siempre puestos a elegir entre su información y la nuestra. Cuando una cultura se ubica en una fase de superioridad tal que todas las otras culturas deben aprender de ella, por el bien de ellas, y ella no pudo aprender de ninguna, comienza su decadencia.


Ética de escribir
Hay muchos trabajos por el cual una ética es impuesta o conquistada: una vinculación moral con aquello que se hace, por hacerlo con sinceridad, con adhesión, con verdad. Pero es un trabajo que hace a la ética en sí y si no se le ha fallado, ni siquiera comienza, cae en cada paso.
Este trabajo es aquel de escribir. Escribir no es hablar. Hablar es reaccionar con la palabra ante un hecho que ocurre, mientras ocurre. La escritura requiere tiempo. Hablar es un efecto rápido, para provocar en el que escucha una reacción inmediata, y de breve vitalidad. La escritura reacciona después, la pasión fría, porque quiere durar más, posiblemente (es el secreto deseo de todo escritor) “para siempre”. Por eso quien habla bien no escribe bien, y viceversa. Son dos cualidades distintas, una niega a la otra. Conozco un escritor que dice “Sé por qué escribo: porque no soy el primer hijo”. Sea verdadera o falsa esta autointerpretación, él quiere decir que en la casa la primera respuesta estaba reservada al primer hijo, y él venía después, y en aquel después maduraba una respuesta distinta, más calma, una respuesta que tenía la estabilidad de la forma escrita. No todas las formas escritas han durado lo mismo. Por ejemplo (de esto estoy convencido), la historia dura menos que la literatura. Y es porque la literatura (pongamos, la novela) perdura porque prescinde de la verdad que cuenta, mientras la historia, apenas se demuestra que no es verdad, cae. Por eso es una gran responsabilidad escribir una página que perdure más.. La responsabilidad puede ser tan alta, y el esfuerzo ético de sostener el empeño tan agotador, que la escritura genera la neurosis, escritura y neurosis se convierten en la misma cosa. Casi nunca el escritor escribe en público, usualmente se esconde. O esconde lo que escribe. Tolstoi escondía los escritos en las botas, lugar, en el que quien lo espiaba, iba a revolver apenas él salía. Leonardo lo escondía escribiendo de derecha a izquierda. Como uno que, en la actualidad, usando la computadora, pone una clave de acceso conocida por el solo. Aquí el concepto de la ética de escribir no es más el de la ética de vivir, del vivir en el momento, sino la rotura de la ética imperante, y la instauración de una ética nueva. Por tal razón, los escritores de denuncia son inaceptables en la ética corriente, serán aceptados más tarde, cuando se instaure la ética que ellos colaboraron en introducir. Bassani debió abandonar Ferrara, a Moravia no lo podían ver más en Ciociaria, Pasolini es llevado en seguida a la cárcel, Volponi fue echado de su puesto de trabajo. Vivimos dentro de un sistema donde todas las fuerzas se encuentran en equilibrio, moral-política-religión-educación-arte literatura-información, la luz que ilumina el paso de nuestra vida viene de todo lo que ya ha sido expresado y que cree ser todo lo expresable: los que se ponen a escribir esgrime algo nuevo, inesperado, y temible porque rompe el equilibrio preexistente, el cual trabaja para que todo aquello que es nuevo no se diga. Esa no es la necesidad de un nuevo escritor. Es el escritor que, escribiendo, debe crear la necesidad de sí mismo. El escritor arriesga en la medida en la cual crea esta necesidad. Desde ese momento es un “clásico”[1]. Escribiendo comunica una ética, una idea de bien, “su” idea de bien, que es estética y moral, que durará más en cuanto estética que en cuanto moral. Esto explica por qué raramente los grandes escritores, cuando comienzan, han sido exitosos. Porque no están en sintonía con el gusto corriente, el gusto de la masa. Una vez Majakovskij se presentó en una conferencia, subió al escenario, empezó a hablar y fue rápidamente aplaudido. “Me aplauden –pensó con disgusto- entonces no digo nada nuevo”, y se fue. El cruce de una obra con el gusto de la masa crea el fenómeno conocido como best seller: el Best-seller es ”siempre” un libro muerto, porque es el resultado del gusto en el apogeo de la difusión, después cae en la fase moribunda. “Best-seller” y “libro reaccionario” es la misma cosa. Por eso pueden existir los manuales sobre cómo escribir un best seller, con la indicación de todo los ingredientes, y el porcentaje relativo: el best seller debe corresponder, no inventar, no desgarrar. Y si un libro es reaccionario, el autor es reaccionario. Y si ese autor, además de libros escribe artículos, serán artículos reaccionarios. Un libro en sintonía con el gusto presente es ya un libro del pasado. Por esa razón, cuando se eligen los libros para imprimir, en una casa editorial, deben elegir no los libros que los confirman, sino los libros que los desmienten y los sepultan.. De todos los lectores de manuscritos, aquel que se convierte en más interesante no es el mítico Bobi Bazlen, personaje del “Stadio di Wimbledon” de Del Giudice, que enfrentaba todo nuevo texto desconocido haciéndose la pregunta “¿responde este libro a mi idea de libro? Porque voy a vivir en el libro de los otros, que entonces debemos escribir para que él viva. Preguntarse si es o no un libro, significa constreñir al libro en libro confirmado; no, prefiero la estética aplicada por el humilde cristiano comunista Franco Fortini, que de frente a un manuscrito poético de Andrea Zanzotto tiene la honestidad de escribir más o menos así: “Nada de este libro poético se corresponde con nuestra idea de libro y de poesía; pero es un libro poético y entonces a la pregunta: editarlo, si o no?, respondo: editarlo rápido, lamentablemente”. En un cierto sentido, aquella parte del cristianismo y comunismo de Fortini que Fortini no rehuía a decir, era dicha, en forma no fortinana, en los versos de Zanzotto. Además esto es un modo de vivir otro sí mismo. Para escribir, al fin. Esta unidad entre vivir y escribir hace que se escriba como se vive. La mentira, la insinceridad en la escritura es imposible: El libro falso es aquel que se llama “un libro no escrito”. Lo percibimos rápido, al terminar el primer renglón. La ética en la escritura no puede ser impuesta, o es natural o no es. Un estudioso francés ha escrito un libro acerca de la relación entre escribir y respirar (Francois, Bernard-Michel “Le Soufflé coupé, respirer et écrire), para vincular el asma de Quenau a su problema existencial, la tos de Paul Valéry a sus gritos, El asma de Marcel Proust a su búsqueda mortal del sentido, el espasmo en la laringe de Mallarmé a sus páginas en blanco.... La conclusión de Michel es: se escribe como se respira. Del mismo modo podemos establecer una correspondencia entre la escritura y la neurosis de Dante, Petrarca, Tasso, Manzoni, y así, y así, hasta Pasolini. Son éticos porque son auténticos, y viceversa. La enfermedad es el precio de la ética[2], el costo de la escritura. Del mismo modo yo creo que un crítico provisto de buenos instrumentos podría decir, leyendo una página de Parise, si la ha escrito antes o después de la entrada en diálisis. La entrada en diálisis significa un distinto correr de la sangre en la venas, y el distinto correr de la sangre en la venas le dictaba un distinto fluir de la palabra en la frase, y una cadencia distinta de la puntuación. El sentido es: escribes como te corre la sangre. ¿Podría Parise escribir distinto? Es como pedir estar en diálisis sin estar en diálisis. La responsabilidad está en escribir por como se es. Responder desde la propia escritura es responder como se es; en el mostrar como se es. Entregar aquello que sé, aquello que soy. Esto es ético, porque si quiero escribir “para siempre” se responde “para siempre” de los efectos de la propia escritura. Homero nos responde todavía hoy. Entregar aquello que soy no significa entregarse a los contemporáneos, que pueden no aprobarte, sino a aquellos que vendrán. Aún sin saber que recepción te harán. El escritor que hace esto es ético. El escritor que no lo hace, no es que no sea ético, es que no es un escritor.

De “La saggezza del vivere, tracce di etica”, de 28 autores, a cargo de Alberto Sinigaglia, Editorial Diabasis, Marzo 2003.


Consejos a un debutante
Decir: “Voy a hacer al escritor, y publicar un libro que he terminado, pero no conozco editores y no sé a quien mandarlo”, es una contradicción. Porque significa que aquel que escribe no quiere para nada convertirse en escritor, no frecuenta la librerías, no compra las revistas literarias, no sabe distinguir un catálogo editorial de otro, no sabe a qué escritor se asemeja, quienes son sus posibles hermanos. Esta ignorancia es culpa suya. No debe enviar el manuscrito a un escritor elegido por casualidad, tal vez porque haya descubierto su dirección o leído algún artículo suyo. Hacer literatura es como dar misa: no podés dar misa en cualquier iglesia, la primera que encuentres, tenés que acercarte a una de tu religión. Si un debutante envía un manuscrito a un autor, elegido como padre, y no lo pudo elegir por casualidad: debe primero haber leído el libro y haberlo sentido como paterno. Quien quiere debutar, y tiene alguna poesía o algún cuento corto, debe visitar la sección revista de una buena librería (la Feltrinelli tiene todas las revistas juntas, en un único rincón; pero además tantas otras librerías lo hacen), comprar aquella que le interesa más, suscribirse a aquellas que albergan una literatura que siente como fraterna, y enviar a la redacción algún fragmento de eso que ha escrito. Las revistas son de apoyo a los debutantes. No está bien presentarse a un editor con una obra totalmente inédita. Da una mejor impresión colocar en la parte de adelante del libro una gacetilla que diga “alguno de estos cuentos (o de estas poesías) son extraídos de... e indicar tres o cuatro revistas serias. No necesita más creer que la revista y los editores rechazan a un debutante porque es un debutante. En realidad los editores van en busca de un buen debutante : descubrir a un autor nuevo, que valga y que dure, es su máxima ambición. Si rechazan quiere decir que la obra que le ha sido presentada no les convence. El autor debe preguntarse por qué. Debe también preguntarse por qué su obra debería ser publicada y leída, de qué sirve, por qué uno debería gastarse 12 euros para comprarla. Más sincera es la respuesta que se da, más rápido se sabrá si la escritura es su camino o no.

(*) Traducido por Marcelo Monzón


[1] Se respetaron todos las comillas del original (N. de T.)

[2] El autor utiliza el término “eticità”, en el original

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