jueves, diciembre 24

Reseñas IV - Guillermo Saccomanno -77

R & C (Reseñas y Comentarios IV)

Reseña

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77
de Guillermo Saccomanno
(Editorial Planeta, 2008)
Si a los textos se le pudiera asignar un color, diría que a 77, de Guillermo Saccomanno, le corresponde el gris. Lo digo sin que ello sea significante de la calidad del texto, sino de lo que propone como trama y estilo narrativo; de igual modo en que uno se refiere a la narrativa negra para hablar de un clase de novela policial. En ese sentido, la novela podría ser una iniciadora del tipo novela gris. Desde los personajes –de rasgos tan meticulosamente humanos que se hace imposible imaginar un estereotipo futuro- hasta la descripción de los escenarios y el clima invernal de Buenos Aires, en el que la lluvia y sus variadas intensidades domina “el tiempo que hace” de la novela, representan de alguna manera a ese color.
Los olores constituyen otro aspecto sensitivo dominante: El olor a pelo quemado, el olor rancio del departamento de Gómez -el personaje principal-, la colonia barata, el pis, completan desde ese costado el escenario por donde transcurre la trama.
Vuelve el profesor Gómez. Pero ahora parece más atildado que en “La lengua del malón”. Aplomado, podría decirse, para ser armónico con el color de la novela y con el momento histórico violento en el que transcurre el relato. En realidad está más viejo, (“soy un viejo que se repite”, dice) y eso se nota en su voz. Y hay algo muy interesante de señalar en eso, que es el desafío que el autor tomó al mostrarnos un Gómez representado dos veces, con dos registros diferentes, sutiles. Una voz contando la historia, con más de ochenta años. La otra, con cincuenta y tantos años, siendo protagonista. Aunque, no debe ser visto sólo como un desafío de técnica literaria sino también como la intención del protagonista, que al contarse a sí mismo pretende ser leído y juzgado. Como a una novela. No está mal como pretensión para un profesor de literatura. Riesgoso acto, como el de escribir un diario, como el de leer(lo). Porque la lectura también es un riesgo, como lo manifestaba Sartre, y Gómez se anima a leer la novela de su amiga y también las cartas clandestinas de dos militantes en la clandestinidad. Hecho que nos muestra cierta repetición de su historia anterior en la “Lengua del malón”. Repetición que los más avisados se darán cuenta que no es pereza literaria, sino una cosmovisión respecto de la historia, sobre todo de la historia Argentina.
77 es el título de la novela. En ese año la guerrilla está en retirada, y es el momento más duro de la represión. Dos años antes, Markuse, filósofo alemán -quien, además de Sartre, influyó a los jóvenes del mayo francés- plantea su idea de que es imposible una revolución en el mundo capitalista. Que la sociedad moderna es capaz de asimilar cualquier forma de oposición que surja en el interior de sí misma, y por tanto no existe ningún movimiento individual ni colectivo capaz de oponérsele o de socavar sus raíces socioeconómicas. Dos años después, en el 79, otro pensador, Lyotard, publica el libro “La Condición Postmoderna”. Allí nos explica que la sociedad postmoderna se caracteriza por un abandono o descreimiento de los “grandes relatos” (ciencia, marxismo, liberalismo, etc.) que intentaban dar un sentido a la marcha de la historia, prevaleciendo el realismo del dinero que se acomoda a todas ideas y tendencias.
Todo eso -sociedad que te abraza y te cae encima como un tsunami, de paso te socava las ideas, disolución de lo colectivo y privilegio de lo individual- está apuntado en el marco de la narración y tiene en Gómez su cuadro más logrado, en tanto se presenta como un observador de todo ese tiempo y alguien que, sin necesidad de destacar sus contradicciones, (porque todos las tenemos) vive angustiado y tironeado entre la modernidad y la postmodernidad. Angustia que no le permite escribir ni siquiera un ensayo sobre la ausencia, que en realidad es el tema de la novela.
Frente a ese agotamiento de la subversión política armada, en la que se encuentran amigos e hijos de amigos de Gómez, el autor contrapone otro tipo de subversión, pacífica pero no sin los lacerantes efectos de la violencia, por cierto. Desarmada, pero no deja de apuntar al centro de la sociedad moderna con el propósito de herirla mortalmente. El amor homosexual es uno de los ejes de esta subversión, pues es contrario al orden moral estatuido. La fe religiosa y la fe científica positivista -que conviven en cierta armonía- son minadas por la búsqueda de soluciones en la oferta esotérica de videntes, astrólogos y parapsicólogos, que representa el otro eje de la subversión, la de la fe. De esta manera ciencia, fe y moral social, es decir toda la estructura occidental y cristiana, están puestas en discusión de manera permanente. La dialéctica de ese triangulo de hierro con las “nuevas” prácticas del amor, del conocimiento y lo mágico que viene trayendo la posmodernidad están perfectamente captadas en la novela.
La novela es incluso un recorrido por la literatura argentina. Aunque se lo nombra, el espíritu de El Matadero (de hecho en una de las clases que da Gómez sobre el ese texto ocurre el secuestro de un alumno y por otra parte el único día "lindo" en toda la novela) flota en todo momento. La problemática arltiana también está presente: la marginalidad, la astrología, el amor con sufrimiento son los elementos esenciales que forman parte constitutiva de otro orden social. Arlt, Puig, Soriano y la literatura popular se encuentran reivindicados en este libro, pero no de una manera panfletaria o folletinesca. La maestría de esta reinvindicación está en Gómez, está en su forma crítica de ver a los clásicos argentinos, está en la decadente figura de De Franco y la SADE, y, principalmente, está en los pliegues de toda la posición sociopolítica en disputa, que es el marco de la novela.
En el texto se abordan cuestiones interesantes que pueden ser miradas desde otro ángulo, complementarias. En la novela está en juego una idea de campo de concentración que supera la convención, al punto en que uno podría animarse en discutir si se trata de una novela concentracionaria. Sin embargo, el personaje sitúa a todo el país como un gran campo de concentración, y en él las relaciones sociales y experiencias de vida son modificadas desde esa visión. No dudo, entonces que 77 sea este tipo de textos. Y es entonces cuando encuentro aspectos ligados estrechamente a conceptos de la biopolítica, cuya aparición en la novela muestran un verdadero acierto y madurez en el plano de las ideas contemporáneas al catalizar ficción, historia y filosofía. Nadie puede ya leerla como una novela histórica, y no para desmerecer ese tipo de escritura, sino para destacar el delicado equilibrio existente entre esos elementos que permite configurarla como algo distinto. Desde ya, el marco histórico ha sido reflexionado literariamente desde nuevos y apropiados conceptos. Si Giorgio Agamben, profundizando a Foucault y Arendt, nos dice que el nazismo es el paradigma de la biopolítica (algo así como la apropiación jurídica institucional por parte del estado del cuerpo, de la vida), al punto en que considera que el campo de concentración debe llamarse de exterminio, entonces, un ejemplo acabado de ese paradigma es el terrorismo de estado en la Argentina ocurrido desde mediados de los 70 hasta finales del 83. Sus habitantes, futuros muertos, son entregados a lo que el filósofo llama la vida desnuda (o nuda vita). Seres sin derechos de ninguna clase, sin nacionalidad, sin patria, y que por lo tanto, como el homo sacer,1 pueden ser exterminados con impunidad. En la Segunda Guerra, a los judíos, básicamente, gitanos, negros y políticos contrarios al régimen nazi, les eran -antes de ingresar al campo- quitadas sus nacionalidades. Es decir eran desnudados de ropas y de derechos. Si bien en Argentina los campos eran clandestinos, la figura de la desnacionalización fue igualmente válida y aunque no de manera formal –en algunos casos, sí lo era- en lo discursivo todo supuesto guerrillero era llamado “apátrida", es decir sin patria.
Todos estos elementos están recogidos en la novela donde el cuerpo, la vida, lo biológico adquieren centralidad. Quizás por su exclusión, cuando se trata de la desaparición de personas, o de inclusión cuando se verifican modificaciones o cambios a través de las torturas, los golpes, mutilaciones o un embarazo.
77 es una novela trascendente. Nuestro pasado, presente y futuro están condensados en el libro. Puede uno no coincidir respecto del porvenir imaginado por Saccomanno. Podremos ser algo más optimista, quizás. Pero el brillante final del libro no puede pasarse por alto a la luz de los actuales acontecimientos. Ausencia y desencuentro son marca y signo de nuestra historia.
mam, 2008
(1) Homo Sacer. Hombre sagrado. Es el título de uno de los tomos de la obra de Agamben. Estudia la figura del imperio romano que se le atribuye a las personas que cometieron algún delito podían ser sacrificados impunemente, aunque a la vez no reunían los requisitos para un “sacrificio” religioso.

viernes, septiembre 18

Reseñas III

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R & C (Reseñas y Comentarios III)

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Reseña

Relectura
"El lector" de Bernhard Schlink

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Un día, sobre el escritorio de Juan, mi amigo, vi una edición del libro “El lector”, primera novela de Bernhard Schlink. Libro compacto de tapa verde. El dibujo de una mujer desnuda recostada sobre un diván domina la gráfica de la tapa. Un libro abierto y una svástica redondean la idea. Falta el lector.
Lo había leído diez años atrás, más o menos, cuando Anagrama lo editó en castellano por primera vez, pero no me acordaba mucho de los detalles de la trama. Sólo que en ese entonces me había parecido muy interesante y que lo había comprado porque me gustaban los libros sobre libros. Recordé de inmediato, también, que mi interés por ese tipo de cuestiones (libros sobre libros) no fue satisfecho. Tampoco pude saber qué fue lo que me había parecido interesante del libro. Pero ahí estaba yo, en la oficina de Juan, con un texto que invitaba a ser releído. Y Así fue. Como había perdido el que tenía, volví a comprar uno. Fue en Gesell, en una de esas librerías de usados de la tres. Dicen que prestando libros podés perder amigos, pero yo comprobé que con los divorcios podés perder los libros. No sé qué es peor. Lo importante es que lo volví a tener y a leer. Me animé a la relectura, a ese desafío que sólo un libro te puede dar. Si Todorov dice, en su libro “Poética”, que dos lecturas del mismo texto nunca son idénticas y que desde el momento en que existe un lector, la lectura ya no es inmanente, -y agrego: porque el lector tampoco es inmanente- releer un texto es un desafío porque pone al lector en una suerte de constante auto-interrogación y de aceptación como ser inacabado.
En “El lector” La trama es sencilla: Un joven, Michael Berg, nos cuenta su vida a partir de sus 15 años, hasta bien entrada la madurez. Cuando se inicia la novela él es todavía un estudiante de secundaria que conoce a Hanna Schmitz, mujer de 35 años, quien trabaja en el tranvía y de la cual se enamora a pesar de la diferencia de edad. La relación amorosa entre ambos está atravesada por algo en particular: Michael le lee en voz alta obras clásicas (de autores como Homero, Dickens, Tolstoi, Goethe, Schiller, etc.) por pedido de la mujer.
La relación se mantiene así durante un tiempo, hasta que Hanna desaparece misteriosamente de su vida. Siete años después ella regresa, pero ahora está frente a un tribunal. Está siendo acusada de haber sido carcelera nazi en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, y responsable de la muerte por incendio de varias presas durante el desmantelamiento del campo. Las mujeres fueron trasladadas a un convento y encerradas. Hanna supuestamente las cuidaba, aunque obedecía órdenes de no dejarlas salir, a pesar del que el lugar estaba siendo bombardeado.
Al momento del juicio, Michael está por recibirse de abogado, y asiste a las audiencias de aquel proceso como parte importante para un curso de los últimos años de su carrera. Es por eso que vuelve a encontrarla.
Michael observa que la manera de defenderse de Hanna ante el juez es muy contradictoria y torpe, y a partir de esa observación concluye que Hanna es analfabeta. Queriendo ocultar esa condición, por vergüenza, Hanna deja que el juicio siga su curso empeorando la situación. Entonces, ella es condenada a cadena perpetua.
Pero Michael no interviene contándole al juez lo que ha descubierto; duda y guarda ese silencio tremendo que poco a poco le va generando un sentimiento de culpa.
Mientras Hanna cumple la pena en la cárcel, Michael comienza a enviarle cintas con grabaciones de lecturas hechas expresamente para ella, reviviendo así esa experiencia de los primeros años y a propósito de su analfabetismo. Pero nunca le habla de nada personal, ni la visita.
En tanto la vida matrimonial de Michael con Gertrud llega a su fin. Michael llega a proponerle a Hanna buscar una casa para cuando salga de la cárcel y se decide ir a esperarla a su salida. Pero, ella se suicida la noche anterior a su libertad.
Hasta aquí la trama. Esta novela de Schlink está escrita en primera persona y sus frases cortas y desnudas de casi todo artificio literario, son directas y expresan una dureza que es apropiada para algunas crueldades del mundo que quiere mostrarnos el autor. Ese es, creo, el mejor logro del libro. No soy un experto en escritura de lengua alemana, pero estimo que lo que observé debe ponerse en juego con todo lo que significa la narrativa –clásica y contemporánea- en esa lengua, para juzgarlo mejor. La dimensión que juega la lengua alemana en el campo de la literatura contemporánea y el uso del lenguaje ha sido planteada por Silvia Fehrmann en el prólogo a la edición castellana de “Nuevos Narradores Alemanes”, una interesante antología de cuentos alemanes compilados por Verena Auffermann. Fehrman dice así: “La lengua alemana es un territorio difícil de habitar. En ese idioma se construyeron portentosos edificios del pensamiento y un siniestro sistema de exterminio. Frente a la página en blanco, un escritor en lengua alemana no sólo se enfrenta a las sombras de esos edificios literarios y teóricos. También tiene que confrontarse con una lengua que sirvió para dar órdenes que perpetraron el mal absoluto”. Teniendo en cuenta este punto de vista, considero que una parte de “El lector” debe juzgarse desde allí. También porque, a partir de varias reseñas leídas sobre el libro, noto que no lo han medido en detalle frente a sus pares. Dejo esa tarea para más adelante.
Por otra parte, la narración se centra en algunos lugares de Alemania, como Heidelberg y Berlín, y está situada en la segunda mitad del siglo XX. El relato es en pasado, a excepción de las páginas finales del libro que se encuentra en presente. Algo que resulta curioso, porque representa una inclinación hacia lo fílmico, hacia la tradición documentalista, o bien porque refuerza la idea de la memoria, aparente obsesión a lo largo de la obra. Digo aparente, porque no está suficientemente tratada la cuestión, creo yo, pues el libro se refiere a otra cosa que la obsesión por la memoria. Queda claro que el tema no está alcanzado en toda su amplitud como, por ejemplo, lo ha hecho Semprún en “La Escritura o la Vida”. La memoria como malla en la que se entrelazan recuerdo y olvido, culpa y liberación, conciencia subjetiva y colectiva, aparece en el libro como idea sugerida, sintetizada, y nada más.
Por otra parte, no hay dudas de que el autor intenta tratar aquí el problema de la culpa que arrastran las nuevas generaciones alemanas, como una de las tantas facturas psicológicas que hubo que pagar por la II GM. Aparece en la novela otro problema de conciencia, como el de la responsabilidad individual frente a los crímenes de lesa humanidad perpetrados por los nazis. Formula preguntas (preguntas que bien parecen haber sido hechas desde nuestro país, lo que revela cierta universalidad de la tragedia humana) ¿la ejecución de los judíos puede entenderse sólo como un deber para los soldados subalternos? ¿pueden quedar libres de culpa quienes fueron mandados a hacerlo? Y en el caso de Hanna, en tanto mujer analfabeta ¿tiene ella la misma responsabilidad que el resto? ¿Hasta qué punto se hace justicia cuando se castiga a quienes no han sido los verdaderos cerebros de los hechos? Por supuesto, el autor/narrador se pregunta y no hay respuesta, o peor, hay dudas.
Yo también tengo dudas. Y sospechas. Dudo-sospecho de la relación amorosa entre ambos. Se puede decir que es una Lolita al revés, pero no llega al punto de plantear cuestionamientos sociales, políticos o religiosos por esa relación, como lo hizo Nabokov. Los personajes no se esconden, salvo él de su familia. Habrá que plantearse la pregunta de si era necesaria la diferencia de edad. La forma en que encara al pibe es inverosímil, me animo a decir que responde más a la fantasía erótica adolescente que a una descarnada iniciación sexual. Si eso es así, el artificio narrativo falla sustantivamente.
El sugestivo hecho romántico en el ritual de bañarse-coger-leer deja de serlo ya en el segundo encuentro. No aparecen ningún alumbramiento, ninguna conexión que lie esos placeres. Más bien surgen como actos simples, humanos, sin encanto. No hay relación entre la realidad y lo que lee; el lector no se apropia de su obra y tampoco se aprecia lo que lee. En algunos casos, ella le impone la lectura, y él acata en un acto de servilismo puro. Cuando se rebela, Hanna lo somete a la falta de cariño e indiferencia. ¿Estamos frente a un crudo intercambio sexo por cultura, o de cultura por sexo? No lo creo, pues el pibe no tenía conciencia de la gran falta de cultura-formación por la que pasaba Hanna. Bien. Entonces, ni planteos mercantilistas ni regodeos placenteros en busca de algo superior. ¿Al servicio de qué se presenta esta situación de taxi-reader?
Otra duda-sospecha. ¿es necesario que se le oculte al lector el hecho de que Hanna es analfabeta? ¿Qué se gana con ello? Presumo que aquí se encuentra una gran trampa para el lector, y en esto sigo a Carver cuando cita a Geoffrey Wolff: No jugar. El escritor no necesita de trucos ni juegos para hacer sentir algo a los lectores. Una muestra de la trampa hacia el lector sucede en una escena en la que la pareja se instala en un hotel y el narrador dice “ella firma nuestra recepción”. ¿Cómo firma?, una analfabeta no firma. Pero claro, él no sabe eso, nosotros tampoco. Entonces, viene el problema al final, qué firmó la que ahora no sabe leer ni escribir? Cómo es posible que nadie se hubiera dado cuenta que no sabía escribir. En conclusión, la trampa es la trampa del ocultamiento y termina siendo una trampa para el escritor. Me pregunto: ¿el hecho de que Hanna fuese analfabeta, es lo que hace justificar la lectura del pibe? Acaso cualquier persona alfabetizada no podría gozar que alguien le lea, al igual que Hanna? Para mí, este es el aspecto más débil de la novela, al mismo tiempo que su columna vertebral.
La trama parece un equilibrista a punto de malograrse sobre la cuerda firme, tensa del lenguaje tan bien logrado por parte del autor.
La construcción de los personajes acompaña esta suerte de equilibrismo. Cada uno en su dimensión subjetiva parece bien desarrollado. El crecimiento del adolescente sometido y al mismo tiempo en rebeldía (¿caprichosa?) con su padre y con parte de su entorno social intenta asociarse con la subjetivización de la historia alemana de posguerra. A tal punto esto, que me parece ver a Michael en esas filmaciones viejas que retrataban cómo los pobladores alemanes cercanos a los campos de concentración ingresan luego de la guerra, y se los notan horrorizados por lo que pasó cuando observan las maquinas de torturas, los hornos, las fosas y algunos cuerpos amontonados, sin vida, de los detenidos por las SS. “Darse cuenta”, el “realizing” está sugerido y poco explotado. El progresivo alfabetismo de ella en la cárcel, hacia el final del libro, que la convoca, luego, a quitarse la vida es una metáfora complicada que se esconde en la simpleza de la prosa.
Hanna es un misterio hecho y derecho. No sabemos nada, absolutamente nada del personaje. Todo nuestro conocimiento, que es poco, lo sabemos porque lo cuenta un púber con un metejón tal que no ve nada, o bien por algunos datos del juicio, sobre el que el púber –ahora crecidito- nos hace dudar sobre la propia legitimidad. Para colmo se suicida, dejándonos una vacío de comprensión tamaño baño. Uno se pregunta, ¿a quién le leía, entonces, este pibe? ¿de quién se enamoró? Me pongo hegeliano, ¿Michael encarna al pueblo alemán, y Hanna a Hitler? (Ambos empiezan con H, son bisílabos, y comparten esa cuota de misterio, seducción, impiedad y brutalidad salvaje)
En definitiva, “El lector” deja muchas dudas, pero habrá que poner este libro en un justo lugar. Debe ser analizado y juzgado, como diría Todorov en su “Poética”, como parte de una estructura literaria, determinada por el entorno cultural, social y político de Alemania en el momento de la obra (hacía poco se iniciaba su reunificación), el despertar de su particular cultura en un momento de crecimiento europeo, y sobre todo, del conjunto de trabajos de Schlink. En esto último me quiero detener. Es importante reubicar “El lector” frente a la totalidad de la obra de Schlink, puesto que sus posteriores novelas policíacas, contienen esa parte de misterio –no de ganancia editorial- que posee “El lector”, también, su lenguaje más afinado y duro, que lo muestra como una suerte de revelación en la escritura alemana contemporánea. Y su otro libro de cuentos, “Amores en fuga”, trata de relaciones de amor fallidas, de perversiones, desencuentros, desapariciones, que nos ofrece una pista para comprender la propuesta de “El lector”. Habrá que seguir leyendo.